La salud de tu cerebro puede ser el indicador más poderoso de cuánto vivirás. Es crucial para saber si esa vida será rica y satisfactoria desde la juventud hasta la vejez, o algo sustancialmente menos gratificante, y durante menos tiempo.
Un coche conducido con prudencia, alimentado con gasolina de alta calidad, sometido a cambios regulares de aceite y reparado con piezas nuevas cuando las viejas se desgastan, probablemente durará más que uno maltratado o descuidado. Del mismo modo, la forma más fácil de tener un cerebro sano a partir de la mediana edad es seguir unos buenos hábitos físicos y mentales.
Pero, ¿qué ocurre si una persona llega tarde a las reparaciones, como el dueño de un coche que se hubiera estado oxidando durante años en una cochera, o que haya estado funcionando demasiado tiempo con aceite sucio? El propietario del coche siempre puede cambiar el motor. Tú, en cambio, sólo tienes un cerebro, compuesto básicamente de las mismas neuronas con las que naciste, más unas cuantas añadidas a algunas zonas estrechamente específicas. Cuando empiezan a deteriorarse, ¿pueden salvarse o incluso fortalecerse?
Historia de dos ratas
La investigadora del cerebro Marian Diamond está segura de que nunca es demasiado tarde para mejorar la función cerebral, y he aquí por qué.
En la década de 1960, Diamond comparó dos grupos de ratas de laboratorio. El primer grupo estaba confinado en el equivalente a una celda de aislamiento gris en una prisión de máxima seguridad. Comían raciones sencillas para mantenerse con vida día a día, pero sus cerebros recibían pocos estímulos.
Ni juegos de ratas, ni rompecabezas de ratas, ni reuniones de ratas para romper el aburrimiento. Al segundo grupo lo inscribió en una suerte de escuela de ratas, con recreo incluido.
Tenían juguetes y pelotas para jugar, laberintos desafiantes que explorar, aparatos de ejercicio para que la sangre bombeara los músculos y neuronas y, lo mejor de todo, otras ratas con las que compartir sus experiencias.
Cuando las enfrentó en competiciones cronometradas en las que recorrían los mismos laberintos, las ratas que habían vivido en el entorno mental y físicamente estimulante obtuvieron resultados mucho mejores.
Diamond hizo entonces lo que no podía hacer con los humanos en un experimento similar. Sometió a los ganadores y a los perdedores al bisturí para examinar sus cerebros (la vida no es justa, especialmente para un roedor de laboratorio) Las ratas que habían disfrutado de un entorno de aprendizaje más enriquecedor y habían ganado las carreras del laberinto mostraban cerebros notablemente diferentes a los del grupo de control. Sus cortezas cerebrales (las envolturas externas y arrugadas que albergan las vías neuronales que dan sentido al mundo) eran más gruesas que las de las ratas no estimuladas.
Las ratas de cerebro estimulado tenían más conexiones neuronales, señal de una mayor actividad mental. Y tenían más vasos sanguíneos que transportaban el oxígeno vital para mantener esas conexiones funcionando a pleno rendimiento. Diamond había reunido pruebas concretas de que lo que ocurre en la mente se manifiesta en el estado físico del cerebro. El aprendizaje fortalece el órgano del cerebro del mismo modo que el ejercicio fortalece los músculos de las piernas, los brazos y el abdomen.
A pesar de lo reveladora que fue la investigación de Diamond, esta tenía un giro: no experimentó con ratas jóvenes. Decidió trabajar con ratas de mediana edad en adelante, lo que equivale a edades comprendidas entre los 60 y los 90 años en los seres humanos. Las ratas viejas tenían cerebros que podían remodelar en respuesta a nuevas experiencias, una condición conocida como plasticidad.
Son buenas noticias, y no sólo para las ratas. La estructura del cerebro es muy similar en todos los mamíferos. Lo que funciona en ratones, perros, caballos y monos también funciona en humanos. Diamond se consoló al descubrir que el cerebro puede cambiar a cualquier edad. Los cerebros mayores tardan más en responder a una vida sana, pero responden. “Decimos que si usas tu cerebro, puedes cambiarlo tanto como un cerebro más joven”, afirma.
Venciendo al reloj
El tiempo actúa contra el cerebro de tres maneras. Cuando el cerebro reacciona negativamente al envejecimiento, lo hace a través de enfermedades, desuso y cambios físicos asociados al propio envejecimiento. Las enfermedades se hacen más comunes con la edad, y muchas atacan al cerebro. Van desde los accidentes cerebrovasculares, que matan las células cerebrales al cortar el suministro de sangre, hasta los tumores cancerosos y la demencia.
El desuso hace que las conexiones neuronales descuidadas se desvanezcan, llegando a cortarlas por completo. ¿Quién, de mediana o avanzada edad, no ha olvidado grandes trozos de trigonometría del bachillerato, si nunca la ha usado desde los 18 años, o se ha oxidado en su destreza al ajedrez tras años sin un oponente que le supusiera un desafío?
Y, sin embargo, prácticamente todo el mundo conoce a una persona que ha vivido hasta los 80, 90 o más años sin perder la salud mental. El cerebro de una persona mayor sana procesa la información más lentamente que el de un joven, pero una vez que ha aprendido algo, lo guarda como un tesoro para utilizarlo una y otra vez.
Cambiar el cerebro a cualquier edad
Todas las partes del cerebro, no sólo las relacionadas con las formas superiores de pensamiento, pueden mejorarse mediante retos estimulantes, a cualquier edad. Quien quiera mejorar su equilibrio puede practicar tai chi a los 30 o a los 90 años. Los bolos de la Wii mejoran la coordinación ojo-mano, y la capacidad de atención tanto en personas mayores como en adolescentes.
De hecho, se ha demostrado que el ejercicio en personas mayores disminuye el riesgo de caídas, aumenta la movilidad y posiblemente combate la demencia. Menos de la mitad de españoles (46,6%) mayores de 65 años realiza ejercicio físico regular, según la Encuesta Europea de Salud en España del año 2020.
La plasticidad del cerebro revela mucho sobre su asombrosa estructura. Es el objeto más complicado que hemos descubierto hasta ahora en el universo, compuesto por miles de millones de unidades independientes que trabajan juntas en sinfonías extraordinariamente complejas que consiguen comprender el mundo; procesar, almacenar y recuperar información; y utilizar esa información para decidir cómo interactuar con el mundo. Cada nueva experiencia cambia la composición física del cerebro, de modo que cuando termines de leer este reportaje, tu cerebro será ligeramente distinto del que tenías cuando empezaste con la primera palabra del texto.
Repetir experiencias familiares es bueno, hasta cierto punto: practicar un viejo tema favorito con la guitarra cambia el cerebro de tal manera que mejora las interpretaciones futuras. Pero el mejor estímulo para el cerebro, joven o viejo, es la novedad.
Incluso las ratas a las que se les da un nido lleno de juguetes de colores se aburren al cabo de un tiempo, porque jugar con ellos activa las mismas vías neuronales trilladas y requiere cada vez menos esfuerzo mental. Las nuevas experiencias (nuevas formas de aprender) mantienen el cerebro más robusto a cualquier edad porque estimulan nuevas conexiones entre los circuitos neuronales del cerebro. Y cuantas más conexiones tenga el cerebro, más capaz será de resistir los cambios provocados por el envejecimiento normal y las enfermedades.