Habitualmente se dice que sabemos más del espacio que del océano pero hay otro gran desconocido en nuestro planeta: el centro del mismo. La realidad es que lo más profundo que hemos llegado es el Pozo Superprofundo Kola, un proyecto científico iniciado en 1970 por la ex Unión Soviética que alcanzó los 12.262 metros de profundidad y 214 milímetros de diámetro. Pero esto es apenas una fracción de la capa exterior, la corteza, de la Tierra. ¿Cómo sabemos qué ocurre en el núcleo entonces? Estas son las tecnologías que nos permiten estudiarlo.
Nuestro planeta está dividido en capas: la corteza terrestre es la primera y mide entre 7 y 70 kilómetros de espesor (menos en el fondo oceánico y más en las montañas). La siguiente capa es el manto externo, con una profundidad de entre 650 y 670 kilómetros, luego el interno de 220 kilómetros y finalmente el núcleo, dividido en el externo de 2.220 kilómetros y el interno de 1.250 kilómetros. La pregunta lógica es ¿cómo saben los científicos cuál es la profundidad de cada capa y su composición, si sólo han explorado menos de un 1%?
Los científicos llegan a esta conclusión gracias al estudio de las ondas P y las S que se detectan, básicamente, cuando se producen movimientos sísimicos. terremotos. Las primeras pueden viajar a través de cualquier tipo de material líquido o sólido y a una velocidad de 5000 km/h en el agua y más rápido aún en la tierra. Por su parte las ondas S o secundarias solo atraviesan líquido y son más lentas pero mucho más pronunciadas. Las P dan la alerta y las S, son las que producen el terremoto.
Estas dos ondas,son las que usan los geólogos para determinar las características de un material (si es sólido, líquido, su grado de dureza, etc.). Y gracias a ello sabemos la composición del interior del planeta: el tiempo que tardan las ondas en atravesar cada capa, nos da las claves de los materiales que cruza en su camino.
La tecnología que permite medir estos movimientos se basa en el sismógrafo, un dispositivo que mide los movimientos gracias a un péndulo o un objeto en equilibrio que varía su posición debido a sacudidas de diferente intensidad. Pueden usarse para medir terremotos, pero también para evaluar movimientos de los árboles a causa del viento, las olas cuando golpean en la costa y hasta los ruidos del tránsito. E l primer sismógrafo se construyó en China, alrededor del año 130 d.C. y es una vasija de bronce con seis bolas en equilibrio en las bocas de seis dragones ubicados alrededor de la vasija. Si una o más bolas se caía de la boca de los dragones, se suponía que se había producido onda sísmica.
Pero los sismógrafos no solo se utilizan en la Tierra, en Marte está el instrumento SEIS (Seismic Experiment for Interior Structure o Experimento Sísmico para la Estructura Interna), cuyo desarrolló tomó 20 años y se basa en tres péndulos extremadamente sensibles y capaces de detectar los más mínimos movimientos de la superficie marciana. Tan sensible es este dispositivo que es capaz de detectar temblores más pequeños que un átomo de hidrógeno.